sábado, 6 de noviembre de 2010

Y el cielo estaba hoy nublado.



Y los matices amarillentos, grisáceos y azulados de la bóveda celeste me cautivaron por completo. Un día de reflexión, de ocio, de tranquilidad,y una extraña sensación de paz antes de la fastuosa tempestad me sobrecogió. Mi atontada mente pugnaba por huir de tal estado de aletargamiento crónico, pero mi encarnación física se mostraba cómoda con la situación.
Es hora de dejar de mirar a las nubes y pensar en volar, dejar de soñar con alzarse a mas de seis mil pies del suelo para luego volver a caer, cual Ícaro presa de su terquedad al intentar alcanzar el gran carro de fuego. Hora de buscar la única verdad en los pequeños gestos, aquellos que de verdad si valen la pena.
Y es que pocas cosas en esta vida son cruciales para nuestra existencia, aunque para las pocas que son, realmente se vuelven imprescindibles.
Una de ellas es tener`una meta. Yo no tengo meta. No tengo camino, por lo tanto. Aun busco la meta que realmente quiero alcanzar. Aun sigo, dubitativo debanandome los sesos para saber que camino he de escoger, o como lo he de labrar.
Pero sigo hipnotizado, pese a todo, por los suaves tonos de luz de esta tarde nublada, sigo viendo sueños caer como cometas a la tierra, sigo viendo luz entre toda esa niebla.
Esta noche, cuando las sombras se ciernan por completo al fin, buscaré algun sueño caído del cielo. Y ese fugaz meteoro sera mi meta.

1 comentario:

  1. Cavilar en días así es evocador, coño.
    Precioso tu texto, continua ;)

    ResponderEliminar