martes, 13 de agosto de 2013

Ojos de Vapor

(publicado originalmente en le revista "La Luciérnaga")
La vista se me nubla. Ya casi me es imposible mantener mi conciencia viva. Una arrebatadora tormenta de susurros se hace conmigo, me mece suavemente entre caricias lascivas y mullidas risas.
 Si, es otro día más en la prisión de la razón.  Entre cactus lejanos y mesetas de áridos atardeceres. Una carretera hacia la nada, un camino a la continuidad eterna. Y ahí estoy, en ese encierro donde la libertad es una sarcástica carcajada de espinas. No tengo agua, ni comida, solo doy pasos vacilantes sobre el abrasador asfalto.
De pronto, sobresaltado, elevo la mirada. Mis ojos se deshacen en turbias y densas nubes de vapor, volando hacia el infinito del cielo despejado. Atenazado, contemplo dos figuras de aves de rapiña que vuelan en círculo sobre mí, símbolo de condena apócrifa, de la mentira perpetua. Desvalido pero no vencido, intento patéticamente dar un paso más, pero mis piernas dejan de obedecerme, debido a la extrema fatiga, y caigo, postrado, ante mi inexorable destino. Ni un paso más, ni arrastrándome, de ninguna manera, puedo avanzar. Las bestias cada vez vuelan más bajo, y logro discernir con más exactitud sus formas.
Brutales y burlescas, las enormes aves, con la cabeza desplumada, cadavérica, y un afilado pico negro como el azabache, chillan histéricas ante su futura presa. Sus alas, enormes y fuertes, tienen un plumaje grisáceo, como si antaño hubiesen sido de brillantes colores, y ahora, debido a su vil comportamiento, lo hubiesen perdido, como castigo divino. Sus garras, afiladas como cuchillas de afeitar, cada vez estaban mas y mas cerca. Temía como nunca, por mi próxima tortura y posterior muerte.

Terrorífico aullido proferí, que hizo que todo se desvaneciese a mi alrededor.  Ningún ave, ningún desierto, nada más que mi habitación un día más. Todo fue un engaño provocado por mis ojos de vapor.

lunes, 12 de agosto de 2013

Azul

Hacía mucho tiempo que no escribía. Han pasado muchas cosas desde la última vez que me puse a teclear composiciones prosaicas, muchas emociones, un sinfín de sensaciones, historias y noches en vela. Echaba de menos el cavilar frente a la pantalla, pensando en mi próxima palabra, en como enlazarla y colocarla en el texto, como si de un ajedrez verbal se tratase.
Miro la última frase, la releo y reviso con suma cautela, mientras se me aparecen sinónimos posibles en la cabeza. Calculo las pausas provocadas por las comas, bostezo, y de fondo suena un nostálgico Miles Davis con su “A Kind of Blue”. Fuera hace calor, me digo, miro hacia la entrecerrada ventana, que conecta con el verde jardín, y vuelvo a bostezar. Pienso en los sucesos acaecidos desde el último texto que realicé, meses atrás, y aún me cuesta hacerme a la idea de todos estos cambios.
La trompeta vuelve a sonar, solitaria. Para mí la trompeta, pese a la compañía de otros instrumentos, siempre será la portadora del peculiar sonido de la soledad. Ese sonido que te transporta a un callejón húmedo y lóbrego, con rótulos de neón, olor a humo, y una espesa niebla que va devorando gradualmente el paisaje urbano.
Blue in green. El sonido de la nostalgia, el gemido de la mañana, los últimos estertores de una oscura noche. Unas pinceladas de piano, suaves y a su vez marcadas, como remarcando los remordimientos de un borracho a la mañana siguiente. La banda sonora de la gran ciudad, podría atreverme a decir. Pero qué sabré yo de grandes ciudades, la verdad.
Paralizado, borrando y reescribiendo frases, confuso, tras quince minutos escribiendo empiezo a notar una falta de motivo inspiratorio, que intento llenar con música. Me vuelvo a parar, indeciso, y me doy cuenta de que realmente no estoy hablando de nada en particular. Mis dedos, pese a que les cuesta moverse, empiezan a ganar un poco de agilidad, pero mi cerebro, a saber si es por el calor, el sueño o la clara falta de inspiración, parece continuar igual de abotargado. Supongo que todo el mundo pasa por este tipo de crisis alguna vez, por una injustificada falta de ideas, por una carente imaginación que no ve sus exigencias suplidas.  Será mi momento, me digo a mi mismo, será algo pasajero.

Y al fin llego a la conclusión, no sé si fruto de mi aburrimiento o simplemente porque ya he sobrepasado el límite. Le doy punto y final a este mediocre texto, con los ojos entrecerrados, acalorado y harto de todo. Mis palabras son como una quejumbrosa improvisación de trompeta, de un intenso azul.

viernes, 4 de enero de 2013

Mariposas en el estómago.

No. Otra vez vuelve. Esa sensación olvidada de ansiedad vuelve a recorrer mis venas como si de un virus se tratase. Ya estoy cansado. De toda esa farsa, de la mentira a la que me someto día si día también. Reflexiono, dentro de lo que mi exacerbada teatralidad me deja, para poder comprender el porqué de mis tan erradas acciones. El porqué de siempre acabar atrapado por el barro, en la cuneta, de no poder continuar mi marcha, y mirar constantemente al pasado, en busca de una falsa ayuda que sé a ciencia cierta que no va a aparecer. Esta vía se cortó hace mucho tiempo ya, y yo soy el único que la sigue recorriendo, dando vueltas en círculos al mismo punto. Suplicando que todo vuelva a acontecer, constantemente, como un bucle de felices situaciones que nunca paran de sucederse. Me niego, en estas ocasiones, a mirar hacia delante y tratar de salirme de ese bache en el camino, trato, vanamente de lograr ponerme en marcha, porque hay algo en mí, y siempre lo habrá, que me retiene, en esta carretera cortada. ¿Por qué te quise tanto? Supongo que esa pregunta se responde sola, ante todo lo que pasamos juntos. Pero, ¿por qué tú lograste retomar tu camino tan rápido y felizmente, por qué no me dejaste algo de ese júbilo para seguir mi viaje? Elegí aferrarme a los recuerdos, a las huellas en el barro, al olor de tu perfume, que poco a poco, iba disipándose. Tú seguiste tu vida, con sus más y menos, pero evolucionaste. Maduraste. Eres feliz, y te admiro por ello. Yo en cambio no corrí tanta suerte. Fui intentando levantarme y tropezándome, a veces en charcos grandes, y en otras ocasiones en pequeñas lagunas. Tampoco fueron errores, ni aciertos, fueron experiencias, vagas siluetas que languidecían ante tu figura, para mí. Nadie se antojó parecido a ti nunca, ni colmada de tantas virtudes como cuando tu sonrisa era tan solo para mí. Te añoro, lo admito (nunca he dejado de hacerlo), y la impotencia me consume, noche tras noche, pese a que esté escondida en lo más recóndito de mi. Ojalá esta tinta no sea indeleble, como la que recorre mi piel, y en algún momento las arenas del cambio se la lleven lejos, muy lejos de mí. Aunque, lo más duro puede que sea que no quiero que eso pase. Porque me gustaría tenerte cerca, muy cerca, tan cerca que mi dolor se fundiese con esa sensación que tienes en el estómago cuando esa persona está a escasos centímetros de ti. Esa sensación que se te queda cuando le preguntas “Quieres un cappuccino?”.